martes, 29 de diciembre de 2009
LA EPILEPSIA LA PSICOANALISTA PILAR IGLESIAS CONFERENCIAS
SOBRE LA EPILEPSIA
sería inútil reproducir aquí toda la patología de la epilepsia, que no llega a conclusión alguna definitiva. Pero sí podemos decirnos que el antiguo morbus sacer, la inquietante enfermedad, con sus ataques convulsivos imprevisibles, no provocados, al parecer; su modificación del carácter en un sentido irritable y agresivo y un rebajamiento progresivo de todas las funciones intelectuales, resalta siempre como una aparente unidad clínica. Ahora bien: sus contornos no se nos muestran claramente delineados; muy al contrario, van desvaneciéndose hasta una máxima imprecisión. Los ataques de rápida y brutal aparición, con mordeduras de lengua y evacuación de orina, acumulados al peligrosísimo status epilepticus, durante el cual el sujeto queda expuesto a causarse gravísimas lesiones, pueden aparecer mitigados hasta breves períodos en los que el enfermo realiza, como bajo el imperio de lo inconsciente, algo totalmente ajeno a él. Somáticamente condicionados en general, pueden, no obstante, deber su génesis primera a un influjo psíquico (a un susto) o reaccionar a estímulos psíquicos. Por muy característico que en la inmensa mayoría de los casos sea el deterioro intelectual, conocemos, por lo menos, un ejemplo (Helmholtz) en el que la enfermedad no logró impedir elevados rendimientos de este orden. (Otros casos en los que se ha afirmado lo mismo son inseguros o suscitan las mismas dudas que el de Dostoyevski.) Los enfermos de epilepsia pueden hacernos la impresión del embotamiento y de un desarrollo inhibido, así como la enfermedad misma aparece frecuentemente acompañada de idiotez patente y de máximos defectos cerebrales, si bien no como elementos necesarios del cuadro patológico; pero los ataques descritos aquejan también, con todas sus variedades, a personas que manifiestan un pleno desarrollo psíquico y una extraordinaria afectividad, insuficientemente dominada en la mayoría de los casos. No es, por tanto, de extrañar que en estas circunstancias parezca imposible mantener la unidad de una afección clínica bajo el nombre de «epilepsia».
La homogeneidad de los síntomas exteriorizados parece demandar una interpretación funcional, como si se hubiera constituido orgánica y previamente un mecanismo de derivación anormal de los instintos, mecanismo al que se recurría en las más diversas circunstancias, tanto con ocasión de perturbaciones de la actividad cerebral por una grave enfermedad como ante un dominio insuficiente de la economía psíquica.
La «reacción epiléptica», términos con los que podemos designar este conjunto, se pone indudablemente a disposición de la neurosis, cuya esencia consiste en derivar por el camino somático aquellas magnitudes de excitación que le es imposible manejar psíquicamente. El ataque epiléptico pasa a ser, de este modo, un síntoma de la histeria y es adaptado y modificado por ella, lo mismo que por la derivación sexual normal. Es, por tanto, acertado distinguir entre una epilepsia orgánica y una epilepsia «afectiva». Prácticamente, esta distinción significa que quien padece la primera es un enfermo del cerebro, y quien padece la segunda, un neurótico. En el primer caso, la vida anímica sufre una perturbación ajena a ella y procedente del exterior; en el segundo, la perturbación es una manifestación de la vida anímica misma.